El chamanismo es un fenómeno difuso y desconocido para la mayoría de nosotros.
La imagen que se tiene de un chamán es la de alguien cargado de ayahuasca, intentando curarnos mediante viajes, visajes, rituales y aspavientos, vinculando cualquiera que sea nuestra enfermedad a metáforas o residuos de vidas pasadas y finalizando nuestra sesión en un baño de aguas hediondas y sulfurosas que cicatricen nuestras heridas. Parecen ser actividades más propias de un psicólogo o un psicoterapeuta prehistórico, que de un profesional actual. Sin embargo, al chamanismo se le atribuyen grandes logros.
El chamán es considerado "una persona dispuesta a aceptar los más grandes miedos y sombras de la vida física." Y en función de los resultados que obtenga "Un curador que ha experimentado el mundo de las tinieblas y que ha confrontado sin miedo su propia sombra, tanto lo diabólico de los otros y que puede con éxito trabajar con las fuerzas de la oscuridad y de la luz" (J. Sams, 1988.)
El chamán sólo necesita una sesión para la curación. Un paciente puede llegar en un estado deplorable y gozar de un perfecto estado de salud dos horas después. A veces los resultados podrían alargarse hasta llegar a ser definitivos. Pero el chamán, ya habrá hecho su trabajo. El tratamiento suele ser costoso.
La sanación tiene lugar en un espacio sagrado, normalmente en un altar vinculado a un espíritu en particular. El altar hace de puente entre el mundo de aquí y de allá. Todos los allí presentes estarán rodeados por los espíritus y desconectados del tiempo lineal.
El chamán detecta puntos de energía y poder en su paciente y empieza a recolocar aquellos que percibe desplazados. Cuando estas energías se encuentran desplazadas crean disturbio. Un chamán puede recuperar fragmentos, partes del alma y traerlos de vuelta al paciente. Este proceso se llama la recuperación del alma, muy conocida en el tratamiento chamánico.
Un chamán es un superviviente que ha pasado de una manera o de otra por el dolor, la enfermedad y la muerte, y con su experiencia contribuye a ayudar a los demás. El chamán va preparando su espíritu. A lo largo de todo su proceso, busca situaciones de sufrimiento en las que va obteniendo conocimiento, y algunas de esas situaciones se encuentran muy cercanas a la muerte.
Cuando tú ves una flor moviéndose, sólo estás viendo una flor, pero un chamán está mirando todas las fuerzas que están tocando ese espacio vacío para poder hacer que una flor se mueva.
Los grandes chamanes, los que pueden hacer mover el viento y abrir los cielos, captan toda la energía de estas fuerzas vibratorias y las utilizan desde estados modificados de consciencia para producir cambios en sus pacientes. Igual que un yoghi experimentado puede concentrar todas las energías de su cuerpo en un solo punto, el chamán puede concentrar todas las energías de la naturaleza en su paciente y contribuir a la sanación.
En la vida hay fuerzas, y el chamán se hace amigo de esas fuerzas. La fuerza del placer o de la alegría es una fuerza espiritual muy importante para el chamán que da mucho poder porque hace referencia a pasarlo bien sin dañar. Otras fuerzas son lo sagrado, lo místico, la magia, el respeto a todo, la serenidad, la belleza. Ésta última complementa de una forma muy amplia la vida. Sin belleza, el espíritu está triste. Al espíritu le gusta la belleza, se alegra con ella.
El chamán tiene percepciones singulares de la vida. La realidad se construye a partir de aquello a lo que más importancia damos. Y eso constituye nuestro mapa del mundo. El chamán no ve como el resto de las personas. La verdad es una experiencia y solo es cierto y real lo que experimentamos. De ahí la importancia de buscar en cada detalle de nuestra vida la belleza, la serenidad, la magia.
Hoy en día, no podemos acudir a un chamán con la misma facilidad con que pedimos cita a un terapeuta, pongamos por caso, porque encontramos dificultades de diversa índole para acceder a ellos, pero lo cierto es que un buen chamán puede actuar con eficacia donde la medicina tradicional no llega.